miércoles, 15 de agosto de 2012

Entrevista en la boca del lobo.

¡Hola, gentes del lugar!
Lo que vais a leer a continuación es un relato basado en el universo del RPG steampunk que estoy fabricando: "1870". Esta historieta surgió a raíz de un comentario en Subcultura de dos grandes colegas, Albion y Paw, que me pedían alguna historia relacionada con este universo. Si consigo hacer el manual, formaría parte de él.
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Axel Higgings no se lo podía creer.
En sus años de periodista para "The Times" nunca había tenido una oportunidad como esta. Se había hecho famoso por ser uno de los pocos periodistas que pudieron ver la caída de la capital confederada, Richmond, a bordo del USLS "Restoration", uno de los primeros ironclads terrestres de la Unión. La emoción de aquel acontecimiento no tenía nada que ver con lo que había conseguido el martes pasado.

Mientras estaba en su mesa de trabajo acabando un artículo sobre los últimos enfrentamientos entre la Confederación Prusiana y el reino de Baviera, un chaval de unos doce años se le acercó. Le preguntó si era Axel Higgings. El periodista contestó afirmativamente a la pregunta, extrañado porque un chico con la cara llena de mugre y su ropa hecha de retales estuviera en el interior de las lujosas oficinas del periódico más prestigioso del mundo. "Esto es para usté", dijo el jovenzuelo a la vez que le daba una carta. Higgings preguntó que quién se la había dado. El chico se encogió de hombros: "Una señorita mu' rara", contestó, "Me dijo que se la diera a usté". Axel arqueo una ceja en señal de incredulidad. Le dio al joven un penique por las molestias y este se marchó contento: "Gracias, señor", dijo.

Axel vio la carta: no tenía remite. Tan solo ponía: "Para el Sr. Axel Higgings, sección de Noticias Internacionales de The Times".
El periodista la abrió. Desplegó el papel y leyó: "A las 01:00 de la madrugada en la entrada de Hyde Park. Venga solo. No intente nada extraño, le estaremos vigilando. Él quiere hablar con usted". No había nada más, excepto un sello, un sello que hizo que el corazón le latiera a Higgings con la fuerza de un motor de vapor. En el centro del sello estaba representada una mano cubierta por un guantelete negro, como el de las armaduras medievales, y sujetaba con fuerza un puñal. Se podía leer la siguiente frase alrededor de él: "Al corazón de los tiranos".
"¡¿LA MANO NEGRA?!", pensó Axel.
La Mano Negra: la sociedad secreta anarquista cuyas acciones revolucionarias habían conmocionado a todo el mundo: el bombardeo de Versalles, el intento de asesinato de Bismarck o la bomba que un grupo de obreros se encontró en las obras de remodelación del Parlamento.
Axel sabía a quien iba a entrevistar: Marko Kradiç. El misterioso aristócrata de origen serbio era el líder de tan pérfida organización. Era buscado por todos los servicios de seguridad de los grandes imperios pero nadie había logrado dar con su paradero exacto. Hasta ahora. El periodista vio una oportunidad de oro y la fama que le reportaría tal entrevista lo catapultaría hacia la leyenda.

Eran las 01:00.
Como siempre, la niebla cubría los verdes árboles que decoraban Hyde Park. Axel esperaba impaciente en el lugar donde ponía la carta. Había preparado una serie de preguntas que llevaba apuntadas en su block de notas. Estaba preocupado por si alguna de ellas ofendía a Kradiç y cuales serían sus represalias hacia su persona. De repente, vio venir un carruaje. Se paró delante suyo. El cochero bajó, saludó a Axel con un toque de su gorra y abrió la puerta. Del interior bajó una mujer joven. Iba bien vestida. Sus ojos eran azules y su pelo rubio, recogido en un moño. En el interior del carro se había quedado alguien. ¿Kradiç? "No", pensó el periodista. El líder de la Mano Negra no se expondría al peligro por una simple entrevista.
-¿El señor Axel Higgings?- preguntó la mujer. Hablaba con un marcado acento de Europa del Este.
-Sí... Sí, soy yo- respondió Axel, muy nervioso.
-Soy Alexandra Kradiç, esposa del señor Marko Kradiç- esto sí que era bueno, pensó el periodista. El hombre más siniestro del planeta estaba casado- Por favor, si es tan amable de acompañarme.
-¿Su esposo no ha venido?- preguntó Axel.
-No- respondió la mujer- Quiere encontrarse con usted dentro de su "emplazamiento secreto", para evitar algún peligro.
Los dos se montaron en el carruaje. La persona que se había quedado en el interior llamó la atención a Axel. Era un hombre bajito, de complexión fuerte, cuyas manos, cuello y todo resto de piel que dejaba ver su traje estaba cubierta de pelo. Sus ojos eran como los de un animal y sus dientes, afilados. "¡Un mutante!", pensó el periodista.
La mujer hizo un gesto a la criatura. Este sacó un pequeño estuche. Al abrirlo, Axel vió una jeringuilla y un frasco. El mutante llenó la jeringuilla con un poco del líquido que contenía el frasco.
Axel se hizo hacia atrás en su asiento con gesto de horror.
-Tranquilo- dijo la mujer- No se preocupe. Es solo una medida de seguridad para que no pueda deducir donde está nuestra base de operaciones. Además, antes de ser mutado, Frederik era médico.
El mutante estiró el brazo de Axel y lo remangó, sin que el periodista ofreciera ningún tipo de resistencia. Pinchó en una vena e inyectó el líquido. El periodista volvió a ponerse bien la manga. Unos pocos minutos después, se sintió adormecido hasta que sus ojos se cerraron por completo.

Axel se despertó de golpe.
Sintió como si hubiera dormido una eternidad. Poco a poco, se dio cuenta de que ya no estaba en la calesa. Estaba sentado en un sillón, en el interior de un salón bastante acogedor, iluminado tan solo por el fuego de una chimenea.
-¿Se encuentra bien?- preguntó una voz de hombre, también con un marcado acento del este.
-Sí- respondió Axel, sin saber todavía donde estaba su interlocutor- Creí que jamás despertaría.
El periodista vio a la mujer al lado de un hombre y ya se dio cuenta de que no estaba solo. Estaba sentado. Sus largas piernas estaban cruzadas para estar más cómodo. Su piel, blanca como la nieve, contrastaba con su pelo negro como el carbón. Iba elegantemente vestido. Axel se quedó con la boca abierta al saber quien era ese personaje.
-¡Vaya! Parece que no debo presentarme, ¿verdad, señor Higgings?- dijo Kradiç con una sonrisa en su cara.
-Esto... Yo... Verá... No sé que decir...- continuó Axel.
-¿No tiene una entrevista que hacerme? He consultado sus preguntas mientras usted dormía y me han parecido buenas. Por favor, le pido perdón por haberlo dormido y por haber cogido sus pertenencias sin permiso. Es por, ya sabe, seguridad. Tranquilo, todo está otra vez en su sitio.
Axel se hechó mano al bolsillo de su chaqueta y, menos mal, allí estaban su cuadernillo y su pluma. Los sacó con cierto nerviosismo.
-Bueno, señor Kradiç. Es un honor que haya pensado en mí para realizar esta entrevista- dijo Axel.
-No todo el mundo diría lo mismo- contestó Kradiç.
-Eh... Sí... Bien, le haré la primera pregunta.
-Cuando quiera- Kradiç dijo esto mientras hacía un gesto con la mano a Alexandra. Esta salió de la habitación.
-Bien, ¿qué es lo que persigue la Mano Negra? ¿Cuál es su objetivo?
-La Mano Negra busca la unidad de todos los pueblos. Para ello, ataca a aquellos que hacen todo lo posible para acabar con la libertad y la paz: los gobiernos de las naciones. Solo eliminando a los llamados "líderes", la humanidad podrá vivir en paz y en hermandad, sin nadie que le diga que debe de hacer.
-¿Eso quiere decir que quiere acabar con el orden establecido, verdad?
-Si por "orden establecido" se refiere a los sistemas de gobierno impuestos por una minoría, sí. Lo que queremos es que sea el pueblo quien imponga su orden sin necesidad de redactar reglas que los opriman.
-Pero eso es caer en la anarquía, ¿no? La gente se mataría entre ellos.
-No, se equivoca, señor Higgings- recalcó Kradiç- La humanidad puede autorregularse sin necesidad de reglas absurdas, simplemente con la costumbre y el saber hacer.
-Y para alcanzar su objetivo no importa la muerte de docenas de inocentes, ¿verdad?
Kradiç aclaró su garganta.
-Esa pregunta me incomoda pero le he dicho que respondería a todas ellas. Es una pena que muera gente inocente, la gente a la que nosotros protegemos, pero en toda lucha hay que hacer sacrificios.
-¿Está diciendo que el fin justifica los medios?
-No. Estoy diciendo que es una lástima que muera alguien que no tenga nada que ver con nuestra lucha. Si yo fuera un nuevo Maquiavelo, ahora mismo todas las capitales de estado estarían reducidas a cenizas.
-Bien, señor Kradiç. Pasemos a la siguiente: ¿cómo es posible que la Mano Negra sepa todo lo que hacen los gobiernos mundiales? Me refiero, entre otras cosas, al robo de los planos de las fortalezas aéreas prusianas.
-Tengo ojos y oídos en todas las instituciones. No sabe usted la cantidad de militares, funcionarios y sirvientes que odian al gobierno para el que trabajan.
-Me hago una idea-dijo Axel- Otra pregunta: la gente contra la que lucha tiene familia. ¿Qué hará con ellas si consigue sus objetivos?
-Si cree que las voy a meter en un campo de trabajo como hacen los rusos con sus disidentes está usted equivocado, señor Higgings. Pienso tenderles la mano y demostrarles que sus ilustres familiares estaban equivocados. Nadie será excluido.
-Vale. Ahora la última y más importante de las preguntas: ¿cómo es posible que el hijo de una familia aristocrática sea anarquista y el mayor criminal del mundo? Perdone si le he ofendido al llamarle "criminal".
-Tranquilo, le perdono- dijo Kradiç- Verá, mis padres eran unos monstruos. Su pertenencia a una clase social tan elevada les hacía creer que estaban por encima de los demás. Debía de haber visto como trataban al personal de servicio: como animales. Yo no podía soportar eso. A través de unos amigos de la universidad, asistí a reuniones de un grupo anarquista. Me gustaban sus ideas pero no me gustaba la forma en que las ejecutaban. Mire, si quiere mandar a un pobre diablo a inmolarse con un cinturón de explosivos al centro de una plaza completamente vacía, hágalo, pero será recordado como el mayor asesino de la historia. Pensaba que había otra manera sin que nuestros camaradas murieran en el intento.
-¿Y así fue como nació la Mano Negra?-preguntó Axel.
-No- dijo Kradiç- La Mano Negra nació a raíz de un incidente en mi vida personal.
-¿Puede contarlo?
-Sí- Kradiç se puso serio- Creo que ya conoce a mi esposa.
-Sí- contestó Axel.
-Pues ella fue la causa de que comenzara todo esto. Antes de ser mi esposa, era una de las empleadas de mi madre. Cuando Alexandra llegó por primera vez a mi casa, me enamoré perdidamente de ella. En secreto, sin que mis padres se dieran cuenta, le declaré mi amor. Ella me besó. Nuestro romance era un secreto. Quedábamos por las noches en el cobertizo donde mi padre guardaba su faetón a vapor. Hasta que, una noche, mi madre nos descubrió y ya se imagina como se puso, ¿verdad? Cogió a Alexandra del pelo y la llevó a los establos. Allí cogió uno de los látigos para azuzar a los caballos y...- en ese instante, Axel vió como Kradiç se emocionaba y una lágrima caía por su frío rostro- ¿Sabe lo que es ver al amor de tu vida sufrir sin que tú puedas hacer nada? Treinta latigazos. Mi madre hizo que lo viera todo. Y allí la dejó, como un pobre animal. Curé sus heridas lo mejor que pude porque sabía que mi madre no llamaría a un médico.
Y allí fue donde nació la Mano Negra.
Mi padre, al enterarse de la noticia, comenzó a enviar cartas a una de las academias militares prusianas más exigentes para meterme en ella.
La noche antes de salir para Berlín, quedé en secreto con Alexandra. Había vuelto a vivir con sus padres. Le dije que tuviera hecho su equipaje para la mañana siguiente. Yo fui al lugar clandestino donde los anarquistas celebraban sus reuniones. Detrás de un armario, en un cuarto secreto, guardaban explosivos.
Fui al cobertizo del faetón de mi padre. Allí, rompí los cartuchos y los mezclé con el carbón.
A la mañana siguiente, nos preparábamos para irnos. Yo había hecho mi equipaje pero no para viajar a Berlín. Con la excusa de que me había olvidado algo en mi cuarto, me escapé.
Lo último que vi de mis padres fueron sus pedazos volando, junto con el cobertizo, cuando me alejaba del lugar.
A partir de ahí, mis contactos y la fortuna robada a mis padres hicieron el resto.
-Bu... Bueno-Axel estaba con la boca abierta- Creo que ya tengo todo lo necesario.
-¿Ha terminado ya la entrevista?-dijo Kradiç con cierto sentido del humor- Ha pasado el tiempo volando.
-Eh... Sí...-dijo Axel- Gracias por su tiempo, señor Kradiç.
-De nada, senor Higgings. ¡Ah! No se preocupe. No le dolerá.
-¿El qué....?- Axel no pudo terminar la frase al sentir un pinchazo en el cuello. Se giró y vio otra vez a Frederik, el mutante, con una jeringuilla en su mano derecha.
Axel cayó dormido la suelo.

Volvió a despertarse.
Esta vez, estaba en su casa, con el pijama puesto y todo.
Tenía la lengua seca y la sensación de que la entrevista con Marko Kradiç solo fue un sueño. Se levantó rápidamente, algo mareado, y fue veloz hacia el perchero donde estaba colgada su chaqueta. Tanteó y... menos mal. Su cuaderno seguía allí. Lo abrió y vio todas las anotaciones que había hecho durante la entrevista.
Parece que arriesgarse por ello mereció la pena.

FIN

2 comentarios:

  1. Quizás mi relato favorito de los que has publicado hasta hoy. Genial Kradiç.

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    Respuestas
    1. ¡Muchas gracias!
      Si algo se me da bien es crear villanos, algo normal si tenemos en cuenta que siempre tenía que hacer de ellos cuando jugaba con mis primos.

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