sábado, 2 de febrero de 2013

Voluntarios.

¡Hola, hola!
Lo prometido es deuda. Aquí tenéis un nuevo relato de nuestra emperatriz favorita, siguiendo el arco argumental de la invasión de Vishnia. Creo que no tiene tanta calidad como los anteriores.
Juzgadlo vosotros mismos.

Los planes de Ekaterina en el desarrollo de su nueva arma secreta iban viento en popa.
El doctor Shorobiensky seguía con el programa de cría de shurales tal y como había dispuesto la zarina. Las primeras pruebas en laboratorio fueron un éxito: los shurales testados lograron despedazar varias vacas en cuestión de segundos. Para sorpresa del propio científico, los shurales podían regenerar sus heridas más rápidamente si se alimentaban con la carne de sus presas. El único problema era el control de las criaturas. Algunas de ellas, en su frenesí destructivo, atacaron a trabajadores del hospital. Una de ellas incluso consiguió escapar y salir a los jardines de la institución, donde tuvo que ser abatida con varios disparos de morteros de mano. Las pequeñas descargas eléctricas generadas por un bastón eléctrico parecían una solución factible: los shurales se retraían si se les aplicaba este procedimiento. Sin embargo, en el fragor de la batalla sería algo más difícil controlarlas. Los científicos de la Horda Polar diseñaron una coraza para proteger a aquellos soldados cuya tarea sería controlar a las criaturas. El problema era ese: encontrar voluntarios entre las filas del ejército para que adoptaran el papel de “cuidadores”.
Es por eso que Ekaterina decidió realizar un viaje hacia la base militar del lago Priast, al este de la capital de la Horda Polar, para reclutar algunos voluntarios.

En el dirigible viajaban su excelencia, el primer ministro Baturyn, el doctor Shorobiensky y en las bodegas, encerrada en una jaula de seguridad diseñada para tal ocasión, una de las criaturas.
El viaje duró un día de duración, por lo que pronto llegaron al lugar. La base de Priast fue construida por el zar Aleksis. En ella podían vivir centenares de soldados con sus familias.
La importancia de esta residía en que era el cuartel general del ejército de la Horda Polar, liderado por el carismático mariscal Bogdan Tachenko. Veterano de cientos de batallas, miembro de la aguerrida etnia de los kozaks, Tachenko entró en el ejército el mismo año que lo hizo el padre de Ekaterina. Los dos hombres se hicieron grandes amigos, por encima de las diferencias sociales entre ellos: Tachenko provenía de una familia kozak muy humilde mientras que Alexis, bueno, Alexis era el zarevich, el heredero al trono de la Horda Polar. Escalaron puestos juntos, lucharon codo con codo. Cuando Alexis fue coronado, agradeció a Tachenko su amistad y su apoyo ofreciéndole el cargo de mariscal. Las puertas del Palacio Helado estaban abiertas para este hombre como si fuera un miembro más de la familia real. Raro es no encontrarlo en algunas fotos familiares, con su rostro marcado por las cicatrices del combate y su mostacho al más puro estilo kozak. Cuando Ekaterina nació, el zar encomendó a Tachenko no solo la educación de la niña en cuestiones militares sino también que la cuidara si algún día le pasaba algo. Como buen kozak, Tachenko dio su palabra. Cuando Alexis murió apagando la revuelta de igualitaristas de la región de Korms, cuando Ekaterina tenía quince años, Tachenko protegió el cadáver del zar para que no fuera despedazado por la multitud local. Gracias a su esfuerzo, la revuelta fue apagada y el cuerpo llegó sano y salvo a la capital. Hasta su mayoría de edad, Ekaterina encontró en aquel hombre un apoyo moral que le ayudó a prepararse para su coronación. Para la zarina, el mariscal no es solo el líder de sus ejércitos. Es algo más. Es como aquel tío afable que te visita los fines de semana para comer en casa y para pasar la tarde contando fascinantes historias sobre las batallas donde estuvo y jugando al ajedrez. De hecho, es la única persona en toda la Horda Polar a la que Ekaterina permite llevarle la contraria.
Por supuesto, Baturyn hizo saber al joven científico esta peculiar relación.
-Siempre tratará al mariscal como si fuera un familiar, así que no se sorprenda, ¿entendido?- dijo el primer ministro.
-Eh... Sí- respondió Mikhail, tan nervioso como siempre.

El dirigible se posó con suma facilidad en una de las plataformas de aterrizaje de la base.
Al salir los ocupantes del vehículo aéreo de su interior, se encontraron con un estruendoso espectáculo: cientos de soldados en perfecta formación saludaron a Ekaterina cuando esta comenzó a bajar la alfombrada escalinata, mientras que la banda de música militar de la base tocaba el himno de la Horda Polar, la “Marcha de las Nieves”.
Al final de la alfombra se encontraron con un hombre vestido con el traje de gala de mariscal.
Era bajito pero de constitución fuerte, calvo y un gran mostacho colgaba de ambos lados de su boca. Su cara era un reflejo de los estragos de la guerra: no había ni un solo recoveco donde no hubiera una cicatriz. El mariscal Bogdan Tachenko saludó a Ekaterina con el saludo militar, seguido por un efusivo abrazo. El ayuda de campo del general, Pyotr Prokofiev saludó a la zarina tan solo con el saludo militar.
-Te estábamos esperando, pequeñaja- dijo el mariscal- Cuando leí el telegrama me quedé pensando a que te referías con la frase “tengo la ruina de Alexandra”.
-Sabes que me encantan los juegos de palabras, Tachenko- dijo Ekaterina, con una afable sonrisa en los labios.
-Ya lo sé pero soy un hombre de acción, no de libros- el militar se dirigió hacia el primer ministro- ¿Qué hay, Baturyn? La pequeñaja sigue manteniéndote despierto hasta la madrugada con sus órdenes, ¿eh?
-Es mi trabajo, mariscal- dijo Baturyn con cierto desprecio hacia Tachenko. Los dos no se llevaban muy bien.
Mikhail estaba bastante nervioso, como de costumbre, y más al ver como el mariscal trataba a la zarina como si fuera su sobrina o su nieta, sabiendo que cualquiera que había intentado eso antes sin su permiso estaba pasando una larga temporada en Yokutva. El mariscal volvió su vista hacia el colosal científico.
-Bueno, ¿quién es el patas largas este, pequeñaja?- le preguntó a Ekaterina.
-Es el doctor Mikhail Shorobiensky- contestó la zarina- Él es quien ha hecho posible lo que te tengo que enseñar. ¡Vamos, doctor! ¡Salude al mariscal!
-Eh... Sí... Sí, su... su excelencia- Mikhail ofreció su temblorosa mano al militar- Mi... Mikhail Shorobiensky, doc... doctor en bi... biología, se... señor. En... encantado de co... conocerle.
Tachenko estrechó con fuerza la mano del científico: “Bogdan Tachenko, mariscal de los ejércitos de la Horda Polar. ¡Vamos, chaval! No tengas miedo. No muerdo”. Mientras que el mariscal estrechaba su mano, Mikhail pensó que todos los huesos de esta acabarían hechos puré: la fuerza de Tachenko era descomunal. Después de la muestra de afecto, el científico retiró su dolorida mano.
-Bueno, pequeñaja. ¿Cuál es la ruina de esa imperial almidonada de Alexandra?- preguntó el mariscal a Ekaterina.
-Ahora mismo la están bajando del dirigible- Ekaterina señaló a un grupo de operarios bajando una enorme caja de metal. En los lados había pegado un cartel que decía: “¡PELIGRO! ¡NO ABRIR SI NO ES BAJO ESTRICTAS MEDIDAS DE SEGURIDAD!”
-Hmmmm...- Tachenko se atusó los bigotes- No entiendo que puede ser. En fin. ¡Prokofiev!
-¿Sí, señor?- contestó el ayuda de campo.
-Que envíen la caja al hangar número 12.
-¡Sí, señor!- Prokofiev hizo el saludo militar y se dirigió hacia los operarios para darles instrucciones.
-Bien- siguió el mariscal- Vamos a ver que sorpresa me ha preparado el patas largas.
-Tranquilo,- dijo Ekaterina- no te defraudará.

-Bien, ¿se puede saber de qué van disfrazados estos tipos?- eso es lo que dijo el mariscal al ver que los operarios se habían puesto las corazas de protección- ¿Y por qué empuñan esos bastones eléctricos?
En el interior del hangar solo se encontraban Tachenko, su ayuda de campo, Ekaterina, Baturyn, Shorobiensky, los operarios y la enorme caja de metal.
-Tachenko, trae a tus mejores hombres a mi presencia- dijo Ekaterina.
-Como quieras, pequeñaja. ¡Prokofiev!
-¡Sí, señor!- el ayuda de campo salió del recinto.
Pasaron varios minutos. Mientras esperaba, Tachenko sacó su pipa del bolsillo y un sobrecito con un poco de tabaco picado. Tras verter parte del contenido del sobre en la cazoleta, sacó de su otro bolsillo una caja de cerillas. Encendió una frotándola contra la suela de su bota izquierda, la llevó a la pipa y la apagó agitándola. Dio una calada antes de hablar.
-¿Qué pretendes, pequeñaja? ¿Qué hay ahí dentro?
-Contémplalo tú mismo- Ekaterina dio una orden con la mano y los operarios comenzaron a retirar con sumo cuidado las planchas de metal que rodeaban la caja. Tras estas, se encontraba una jaula y en su interior, un shurale. Tachenko ni se inmutó al ver a la criatura.
-¿Bien?- preguntó Ekaterina- ¿Qué te parece?
El mariscal dio una profunda calada a su pipa antes de hablar: “¿Sinceramente?”
-Sí. ¿Qué te parece?
Tachenko se giró hacia Shorobiensky: “¿Lo has hecho tú, patas largas?”
-Sí... Sí, señor- contestó el científico.
Tachenko volvió a dirigirse a la zarina: “Creo que a la Guardabosques no le haría mucha gracia que le quitásemos el trabajo de crear nuevas criaturas”.
-¡Oh, Tachenko! Tú y tu miedo a la ira de los dioses- dijo Ekaterina.
-Mira, pequeñaja, un kozak solo le tiene miedo a los dioses y, créeme, esta cosa no sería de su agrado.
-Los dioses deben saber que la ciencia avanza- esto lo dijo Shorobiensky- El shurale es el arma definitiva. Un ser creado solo para matar.
Tachenko miró al joven y a la siniestra sonrisa que se había dibujado en su cara al hablar de su creación: “¿Ahora no tartamudeas, patas largas?”
Los ojos del científico se iluminaron: “¿Cómo osa hablarme así?”
-¡Eh! ¡Tranquilo! Estás hablando con el mariscal de los ejércitos de la Horda Polar. Sube un poco más ese tono y sabrás lo que es “un ser creado solo para matar”- Tachenko estaba bastante molesto con la actitud del joven. Sin embargo, Baturyn rió por lo bajo al ver como Shorobiensky hacía frente al mariscal. La confrontación no duró mucho ya que el científico volvió a su estado normal, asustado por la amenaza del kozak. Creedme, nadie en su sano juicio haría enfadar a un kozak.
-Eh... Yo... Esto... Disculpe. No... No quería ofenderle, se... señor.
-¡Bien! Así me gusta, respetando a tus mayores- dijo el mariscal.

Prokofiev volvió con un nutrido grupo de soldados, unos cincuenta.
Tanto el ayuda de campo como los hombres que lo acompañaran se quedaron de piedra al ver a la horrible criatura en el interior de la jaula.
-¡A... Atención!- gritó Prokofiev, sorprendido por la visión de aquel espécimen- ¡Firmes! ¡Ar!
Aún a pesar de la conmoción que supuso la presencia del shurale en la sala, los soldados se cuadraron rápidamente.
Tachenko dio una calada a su pipa y comenzó a hablar.
-¡Soldados! Sí, ya sé que estáis pensando: “¿Qué demonios es esa cosa de la jaula?”. Bien. Esa cosa, creada por el doctor Mikhail Shorobiensky aquí presente,- Tachenko señaló al científico con la boquilla de la pipa. El joven se puso más nervioso si cabe al ver que toda la multitud le miraba- es el nuevo arma que traerá la victoria a nuestros ejércitos. Nuestra zarina está buscando a los hombres más aguerridos de todo el imperio para poder controlar a estos “shurales” en el campo de batalla. ¡No os preocupéis!- Tachenko hizo una señal a uno de los operarios para que se acercara- Iréis vestidos con esta armadura que os proporcionara la protección necesaria en caso de que estos seres se vuelvan contra vosotros. Además, estos bastones eléctricos os ayudarán a calmar a esas bestias. Así que, soldados, ¿quién de vosotros se ofrece como voluntario?
El silencio invadió el interior del hangar. Unos pocos soldados levantaron la mano sin pensárselo dos veces, otros lo hicieron lentamente. El resto no dio ningún tipo de respuesta.
-Tan solo doce- dijo Tachenko.
Ekaterina dio un paso al frente.
-Muy bien. Aquellos que habéis levantado la mano podéis marcharos. Recibiréis una recompensa por vuestro valor- dijo la zarina. Los voluntarios, extrañados, salieron del hangar sin decir nada. Tras lo cual, Ekaterina se dirigió hacia el resto.
-¡Muy bien, escoria!- gritó- ¿Así que no queréis servir a vuestra patria, verdad? ¡Cobardes! ¡Sois un atajo de cobardes! ¿Por qué entrasteis en el ejército? ¿Por el sueldo? ¡Imbéciles! ¡No os merecéis ni un solo oso de plata! No solo tenéis la desfachatez de desobedecer a vuestro mariscal sino que también desobedecéis a vuestra zarina ¡A mí! ¡Traidores! ¡Sois unos traidores! ¡Todos! ¡Tachenko!
-¿Sí, su excelencia?
-¡Ellos serán los voluntarios para conducir a los shurales en el campo de batalla! ¡No se les ofrecerá ningún tipo de sueldo o de compensación hasta que vea que son dignos de ello!
-¡Sí, su excelencia!
-¡Marchaos! ¡Fuera de mi vista!- los “voluntarios” salieron del hangar en silencio, con el terror en sus caras.
-Lo ves, Tachenko- dijo Ekaterina- No fue tan difícil encontrar a los hombres adecuados.
-Hmmmm...- dijo Tachenko- Solo la guerra nos dirá si fue una buena idea crear semejante ser, pequeñaja.
-Tranquilo, Tachenko- dijo Ekaterina, con una sonrisa en los labios- Pronto habrá una.

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